miércoles, 28 de noviembre de 2018

El apocalipsis albóndiga (The meatball apocalypse) - 5

Redecorando. Día 4 a.C. (Antes de la Croqueta)


CUARTA PARTE

  Terminé de montar el escritorio en la habitación pequeña y aunque todavía haría falta instalar algún que otro mueble más, ahora ya empezaba a tener aspecto de despacho. Satisfecho, decidí relajarme unos minutos y fui a la cocina por una bolsa de patatas fritas que acompañé con una cerveza con limón muy fresquita. A la espera del sofá que tenía que llegar el lunes me acomodé en el puff de piel de vaca y puse la televisión buscando algo interesante para ver. Estuve zapeando un rato sin éxito y entonces recordé la conversación con mi madre. Cambié de canales, alternando emisoras nacionales con alguna local, buscando noticias o avances informativos que comentaran algo sobre el tema, pero no se mencionaba el brote infeccioso por ninguna parte. Solo lo mismo de siempre: cotilleos, fútbol y corrupción política.

    Apagué el televisor y volví al despacho. Saqué mi portátil del maletín y ubicándolo sobre el nuevo escritorio lo encendí y al rato estaba buscando información por internet. En los portales de noticias convencionales tampoco se explicaba nada. Pero buscando en twitter enseguida localicé comentarios filtrados sobre sucesos en varios hospitales, no sólo de Barcelona, al parecer también se comentaban entradas de enfermos con síntomas similares en Madrid, Zaragoza y Valencia. En la mayoría de casos eran informaciones de segunda o tercera mano: "tengo un primo que"; "una amiga me ha explicado que" o "un conocido que trabaja en". Costaba mucho separar el grano de la paja entre múltiples bromas, comentarios sarcásticos, imágenes que hacían guasa del tema y comentarios conspiranoicos sobre tweets desaparecidos y cuentas canceladas a velocidad vertiginosa. Pero la conclusión final que se extraía era que algo se estaba cociendo y como decía mi padre: "No hay humo sin fuego". Pensé que, aunque pudiera parecer grave, pronto las autoridades controlarían el tema, se emitiría un comunicado oficial informando y tranquilizando a la población, y que al final todo quedaría bajo control y como un simple susto.

    Terminé la cerveza y al ir a la cocina a guardar el resto de patatas y tirar el botellín, vi todos los cartones del escritorio todavía desperdigados por el suelo del salón. Recordando que había prometido a doña Rosita dejar hoy el portal limpio me puse encima una cazadora vaquera y cargué con los cartones. Bajé a trompicones por las escaleras, ya que el ascensor estaba estropeado desde hacía un par de días: una de esas coincidencias tan graciosas que le pasan a uno justo antes de una mudanza. Recogí el resto de embalajes y cajas que había dejado arrinconados allí y lo agrupé todo formando dos gruesos fajos. Abrí la puerta como pude y salí con ambos bultos a la calle.

    Procesioné toda la calle Maria Aurèlia Capmany arrastrando en ruidosa penitencia el cartón fruto de mi pecado consumista. A duras penas podía abarcarlo con los brazos, y varias veces tuve que detenerme a recoger pedazos que perdía por el adoquinado. Eran más de las ocho y fuera ya se había puesto el sol pero, aunque los días todavía eran cortos y técnicamente faltaban dos semanas para la primavera, la temperatura en la ciudad era agradable. El final de la bocacalle se abría a una todavía bulliciosa Rambla del Raval. Me acerqué hasta el contenedor azul y pude ver como en las terrazas, entre las palmeras y los plataneros, se mezclaba la gente que terminaba la jornada laboral con la que empezaba ahora el turno de ocio nocturno, todos refrescándose y tapeando a luz de las farolas. Motos, bicis, peatones y algún que otro coche yendo arriba y abajo de la Rambla. Estaba convencido que iba a gustarme vivir allí. Me parecía un buen barrio, lleno de vida, lejos de todas las habladurías que había escuchado.

    De regreso a mi edificio, coincidí en el portal con una chica joven que también entraba y le cedí el paso caballerosamente. Me lo agradeció y entró. No me dio tiempo a fijarme en detalle pero me pareció que era bastante guapa. Viendo el cartel de "No funciona" pegado al ascensor rápidamente comprendí —soy un hacha para este tipo de cálculos— que como mínimo iba a llevarla delante tres tamos de peldaños hasta el primero A. "¡Qué alegría, qué alboroto, otro perrito piloto!". Empezamos a subir y, a fin de poder ejecutar mi deshonroso plan de la forma más apropiada, yo me quedé más o menos un metro por detrás de ella.

    Era bastante alta. Iba en bambas, y aun así calculé que debía medir casi metro ochenta. En tacones sería más alta que yo. Delgada y morena, llevaba un corte de pelo muy sexy, muy corto en la nuca y con algunos mechones más largos cayéndole a un lado —pixie creo que le llaman—. Vestía una camiseta rosa de tirantes que dejaba ver parte de su espalda y todo su largo cuello blanco. Rematando el conjunto unos vaqueros azules tipo pitillo muy ceñidos casi no podían contener unos espectaculares glúteos, muy trabajados, que se bamboleaban ante mis ojos hipnotizándome con su continuo vaivén, al punto de hacerme perder la coordinación motriz y tropezar con un escalón. Solo mi mano aferrándose a la barandilla de la escalera como si no hubiera un mañana me salvó de una segura visita al dentista.

    Llegados al rellano del primero entretuve mis escasas cinco llaves en la mano unos segundos más, haciendo como que no encontraba la de la puerta, en vano y ridículo intento de dilatar el momento. Ella anduvo los tres metros hasta la puerta B y abriéndola dijo "hasta luego" sin mirarme y entró al piso, mientras yo carraspeaba, me atragantaba, balbuceaba, y sólo al tercer intento lograba pronunciar un "hasta luego" que salió traicionero de mi garganta con una ridícula voz de pito.
    "Tendré que considerar la oferta de doña Rosita", pensé.

    Decidí darme una ducha para despejar la mente y templar un poco mi juvenil libido. Mañana sería sábado y quería organizar algo que hacer con los colegas por la noche, por lo que pensé que sería prudente cenar algo ligero y acostarse pronto. Vi un poco la televisión mientras tomaba un tazón de leche con cereales. En las noticias de las nueve no comentaban nada todavía por lo que pensé que todo ese asunto del hospital se quedaría al final en una falsa alarma. Ahora ya era un poco tarde para llamar a mi madre pues con seguridad, a estas horas, ya dormía para empezar mañana su turno a primera hora. Le daría un toque antes de desayunar para comentar de nuevo el asunto y que así se quedase tranquila. Con esta idea me fui a acostar sobre las nueve y media.

    Al rato se escuchaba un leve chirriar metálico de colchón al otro lado de la pared, en el piso contiguo. En las escasas dos semanas en el bloque ya había observado que a esta hora acostumbraban a desfilar algunos currantes. Supuse que antes habrían llamado a su casa para avisar que hoy tendrían que quedarse un rato más en "la oficina", porque era viernes y tenían que hacer inventario del almacén para el cabrón del jefe, o escribir un informe urgente para la reunión de mañana a primera hora, o calcular un balance de situación. Y a tenor del compás de los muelles, la situación hoy se estaba balanceando pero que muy bien. Otros días no le habría prestado siquiera atención, pero el ascenso detrás de la morena de culo perfecto había provocado que hoy, inconscientemente, quisiera imaginar qué pasaba. El poder de la materia sobre la mente, y al revés también, pues ya mi mano iniciaba el viaje sabanas abajo en pos de un bien mayor.

    Dibujé en mi imaginación la escena que quizás sucedía. Pero mi cerebro no tardó mucho en conspirar en mi contra y la espectacular morena que me esforzaba en recordar se encogió y transformó en doña Rosita, con la falda levantada y tumbada sobre el colchón, y uno de sus serios y discretos clientes encima, empujando al ritmo del chirriar de los muelles. Y en cada empujón, doña Rosita murmurando mi nombre y guiñándome el ojo a través del tabique. Un desagradable escalofrío recorrió mi cuerpo entero y aparté esa imagen de mi mente no sin esfuerzo. Como prueba de lo efímero de los placeres, tal como vino, se fue el jolgorio al otro lado y el propósito en el mío.

    Me concentré entonces en mi rutina nocturna para conciliar el sueño, consistente en repasar los acontecimientos del día, para seguir a continuación con los planes para mañana. Pero entonces recordé la escena en el aparcamiento de ILLEA con el empleado pesado y su extraño comportamiento. Y así, dándole vueltas a ese momento, a lo que había mencionado mi madre sobre mordiscos y balbuceos, y a lo que había leído en twitter, fui apagándome hasta sumirme en el dulce sueño.

martes, 20 de noviembre de 2018

El apocalipsis albóndiga (The meatball apocalypse) - 4

Redecorando. Día 4 a.C. (Antes de la Croqueta)


TERCERA PARTE

    Giré la mirilla de la puerta para poder ver quien llamaba. El dueño de mi apartamento lo había reformado por completo algunos años atrás ─para alquilarlo a mejor precio─, pero conservó algunos elementos antiguos como la puerta de madera maciza con su mirilla de bronce original: Por el exterior dibujaba una celosía barroca, y en la parte interior un disco semicircular oscilaba girando sobre su centro, permitiendo observar con relativa intimidad a quien esperase al otro lado. En su momento pensé que le daba un aire aristócrata a la puerta, y la verdad es que eso me encantaba.
    ─¿Qué desea? ─interrogué muy formal mientras evaluaba con ojo crítico al sujeto.
    Era un mujer mayor ─calculé que sobre los cincuenta y largos─. Pelo castaño cobrizo, bajita y con algunos quilos de más, pero bien conservada todavía aunque excesivamente maquillada y repeinada, como si acabaran de quitarle los rulos en la peluquería.
    ─Hola, ¿me permites unos minutos? Soy tu vecina de enfrente. Todavía no hemos tenido ocasión de conocernos ─dijo.
    Descorrí el cerrojo y abrí la puerta, parándome en el quicio.
    ─Hola ─repitió─, me llamo Rosita, soy la dueña del piso ─dijo señalando atrás con su mano izquierda la puerta del primero B y tendiéndome luego la derecha.
    ─Encantado, yo me llamo Jacques Casademunt.
    Estreché su mano un momento y luego ella empezó a hablar gesticulando mucho, siempre muy sonriente.
    ─¿Te han comentado a qué me dedico? Bueno, por si nadie te ha informado todavía, que sepas que aquí regento un piso de chicas de lujo. Preciosas todas ellas. Y muy limpias y discretas.
    ─Ajá. ─Todo el rellano olía a su perfume.
   ─Es un negocio muy tranquilo, respetable como cualquier otro, y no causamos nunca ruido ni molestia alguna.
    ─Bien. ─Fuerte y especiado, pero excesivo.
   ─Mis clientes son gente muy formal, seria y discreta. Buenos hombres que necesitan un poco de sana distracción de vez en cuando.
    ─Claro, claro. ─Vestía ropa de domingo.
   ─Seguro que tú eres un buen chico y entenderás lo que quiero decir: Ellos también me exigen seriedad y discreción de los vecinos.
  ─Por supuesto. Cuente con ello. ─Falda y chaqueta a juego. Color carmesí oscuro brillante. Adecuado.
   ─Pero si en algún momento, por cualquier motivo, alguien te causara alguna molestia, por favor antes que nada avísame a mí primero, y yo lo solucionaré de inmediato.
    ─Sin problema.
    Ahora se puso un poco seria, con gesto de institutriz a punto de reprender a un niño travieso.
   ─Bien. Otra cosa. ¿Los cartones del portal son tuyos, verdad? Te pediría por favor que los quites cuanto antes. Para evitar que se nos meta alguien, ¿comprendes?
   ─Sí, desde luego. En un rato los quito.
  ─Y bueno, con lo joven, alto y guapetón que eres no tendrás problemas con las chicas, ¿verdad? Seguro que eres todo un Casanova.
   ─Bueno, no crea... he estado muy centrado en mis estudios hasta hace poco.
  ─Venga, venga, no seas modesto. Tengo buen olfato para los hombres. Seguro que ligas mucho ─dijo, sonriéndome con picardía.
   Sacó sus llaves de un bolso para abrir la puerta de su piso, y ya marchándose añadió:
   ─Pero bueno, si en cualquier momento ves "algo" que te gusta... ─Hizo una pequeña pausa abriendo la puerta y entrando en el piso─ Aquí enfrente... Te puedo hacer un buen descuento. ─Y remató guiñándome un ojo.
   De pronto me recordaba a una especie de versión femenina de Antonio Recio¹, pero cambiando el pescado por sables.
   ─Mmmm... Hasta luego... Doña Rosita ─respondí, y cerré mi puerta rápido para tratar de ocultar el rubor en mi rostro.


¹ Antonio Recio es un personaje cómico ficticio de la serie "La que se avecina", arquetipo de empresario rancio y machista, se dedica al negocio del marisco y se presenta a sí mismo como "mayorista, no limpio pescado".

El apocalipsis albóndiga (The meatball apocalypse) - 3

Redecorando. Día 4 a.C. (Antes de la Croqueta)


SEGUNDA PARTE

    Tras un copioso banquete a base de croquetas caseras, pan de molde y un par de quesitos de "la vaca de que ríe" ─siempre me he preguntado de qué─; todo regado con un buen vaso de lambrusco rosado obtenido en mi reciente botín en el domicilio paterno; empecé por desempaquetar los muebles que, según calibré, tendrían menor dificultad de montaje: Las sillas. Pronto acumulé cartones, plásticos, bolsas con herrajes y varios folletos de instrucciones con un anormalmente risueño señor presentándome a un par de destornilladores. Media hora después tuve las tres sillas blancas perfectamente montadas. ─"Chupado", pensé─. Monté la pequeña mesita en un periquete y luego la mesa de comedor ─todo era blanco; "así se disimula el polvo", decía mi madre─. Bajé los cartones al portal y los dejé apoyados contra una pared sin molestar al paso. Más tarde los sacaría al contenedor si es que no desaparecían antes.


    El escritorio ya parecían palabras mayores: dos paquetes gordos con multitud de herrajes y maderas; ya solo el folleto tenía casi el triple de páginas que el de las sillas y estuve varios minutos dándole vueltas, mientras localizaba las piezas necesarias para empezar, e invocaba al espíritu del presidente de LEGO para que me ayudara. Pronto me empezaron a entrar sudores al descubrir que había montado al revés las guías para el cajón; lo desmonté, lo volví a montar y seguí avanzando con cuidado, paso a paso, maldiciendo en todos ellos al sonriente monigote de las instrucciones. Me faltaba solo montar una puerta para terminar cuando sonó el móvil. Era mi madre de nuevo:
    ─Dime, mamá.
    ─Por qué no coges el teléfono? Llevo casi una hora llamándote, estaba ya preocupadísima, a punto de pedirle a tu padre que me acercara a tu piso para ver si estabas bien ─escupió de un tirón, casi sin tomar aire.
    ─Lo siento, tenía el móvil en silencio y no he escuchado nada. ─Coloqué un momento el modo altavoz y revisé las notificaciones: diez llamadas perdidas. Cierto, había activado el modo "no molestar" durante tres horas. Eran casi las siete.
    ─¿Y por qué lo tenías en silencio?
   ─Estaba montando los muebles que he comprado esta mañana. ¿Por qué no iba a estar bien? ─Volví a pulsar la tecla altavoz y pegué de nuevo el móvil a mi oreja derecha.
    ─Hijo, he acabado mi turno y desde entonces he intentado llamarte. ¿Has visto las noticias?
    ─La verdad es que no.
  ─Mira, creo que algo grave está pasando en Barcelona. Han llegado al menos tres personas infectadas con alguna enfermedad rara, no sé, quizás algo tropical o vete tú a saber.
    >> A las enfermeras nos cuentan lo mínimo, ya sabes cómo son los médicos, pero nosotras también tenemos nuestros contactos y parece que hay más casos en otros centros de la ciudad. En el hospital nos han avisado que quizás tengamos que doblar turno mañana y ya se rumorea que si elevan el grado de alerta sanitaria puede que impongan algún protocolo de seguridad extra.
    ─¿Qué síntomas tienen? ¿Fiebre? ¿Sarpullidos? ─pregunté, pensando quizás en el dengue¹.
    ─Nada de eso hasta donde yo sé. Solo me han dicho que intentan morder al personal y no paran de balbucear cosas sin sentido, como si estuvieran completamente idos.
    De fondo se escuchaba despotricar a mi padre sobre el gobierno y su incapacidad demostrada para gestionar cualquier crisis.
    ─¡Oh, cállate un momento Josep! ─gritó su madre─. No te pongas ahora en plan paranoico.
    Mi padre debió acercarse al teléfono pues ahora le escuché hablar más claro:
    ─No me fio del gobierno María, ¡no, me, fio! ─apostilló palabra por palabra─. En este país las alertas siempre llegan tarde y mal. Recuerda cuando lo del SARS². Estuvimos en Túnez ese verano y pese a que el ministro salió en la tele anunciando a bombo y platillo medidas de control en aeropuertos, al volver aquí pasamos dentro del terminal sin que revisarán nada ni a nadie, mientras que a la ida en Túnez nos habían escaneado con una cámara térmica.
    Aunque en esa época yo solo era un crío lo recordaba porque era una historia que mi padre no se cansaba de explicar una y otra vez.
    ─Y luego incendios, nevadas, inundaciones... ¡de todo hemos vivido en este país de pandereta! ¡Y siempre tarde y mal gestionado! ─volvió a insistir─. Mejor hacemos las maletas y nos largamos al pueblo a pasar una semana y a ver qué pasa.
    ─Josep, no podemos ausentarnos sin más del trabajo ─intentó protestar mi madre, hablando de forma flemática y cariñosa para tratar de calmar el ímpetu desbocado de mi padre.
    ─¡Que les den! Ya llamaremos desde allí para decir que nos encontramos mal o cualquier otra excusa, no te preocupes por eso. ─Al final escuchaba su voz más floja. Supuse que mi madre se había alejado un poco de él o viceversa.
   ─Bueno niño, ya ves cómo está el patio por aquí. Ahora voy a tratar de calmarle un poco ─concluyó mi madre, y en tono preocupado y cariñoso añadió─: Tú ándate con mucho cuidado, por favor.
    ─Tranquila, mamá, en principio ni hoy ni mañana pensaba salir a ningún lado.
    En ese momento se escuchó el "ding dong" del timbre de mi puerta.
   ─Mamá, han llamado a la puerta al timbre. Tengo que ir a ver. Ya me iré informando en las noticias, ¿vale?
    ─Vale cielo, llámame mañana. Te dejo ya tranquilo... voy a ver que está trasteando tu padre ahora. ¡Ay este hombre, cualquier día de estos me da un disgusto serio!
    Colgué, dejé el móvil en mi nueva mesita y fui a abrir la puerta.


¹ El dengue es una infección causada por un virus. Usted puede infectarse si un mosquito infectado lo pica. El dengue no se transmite de persona a persona. Es común en áreas cálidas y húmedas del mundo. Los brotes pueden ocurrir en las épocas de lluvia. Los síntomas incluyen fiebre alta, dolores de cabeza, dolor en las articulaciones y los músculos, vómitos y sarpullido.

² El síndrome respiratorio agudo y grave (SARS, por sus siglas en inglés) es una forma seria de neumonía. Es causada por un virus que se identificó por primera vez en el año 2003. La infección con el virus del SARS provoca una molestia respiratoria aguda (dificultad respiratoria intensa) y, algunas veces, la muerte.

lunes, 3 de agosto de 2015

Héroe - Cotidianidad 12


    Recuerdo perfectamente el origen primario de mi vocación profesional: "Dark Justice", serie televisiva donde el protagonista era juez de día y justiciero de noche, persiguiendo a aquellos que burlaban la ley dando rodeos.

    Hoy soy un jurista destacado, y como mi héroe infantil, al regresar a casa me enfundo mi otro uniforme y salgo a la calle, dispuesto a equilibrar la balanza.

    —¿Puedo repetir? —consulta el niño asomándose al mostrador—. ¿Por favor?

    Veo los ojos esperanzados de su madre, aguardando silenciosamente tras él, mientras sujeta la bandeja con un plato completamente limpio, atestiguando que no han malgastado ni una miga del sándwich anterior.

    —Desde luego que sí —le respondo al pequeño con mi mejor sonrisa.

    Y con la autoridad que me confiere mi delantal verde de voluntario del comedor social, procedo a untar generosamente otras dos rebanadas de pan de molde en deliciosa crema de cacao.

martes, 21 de julio de 2015

Explorador - Cotidianidad 11

Escucho la voz de control de misión por el audio interno:

— Atención comandante Rogers, entramos en 3, 2, 1...

Algo de estática, uno de mis monitores muestra la imagen de un popular reportero de televisión hablando y dos segundos después empiezo a escuchar su voz:

— ...retransmitiendo en directo desde el centro de control de misión de la "Future", la primera nave de exploración espacial, que está a escasos minutos de abandonar la atmósfera de nuestro planeta por primera vez. A los mandos de esta joya de nuestra tecnología el comandante Rogers, experto piloto de la fuerza aérea. Comandante, ¿en qué momento exacto de la misión se encuentra?
— Un saludo para ti y para todos los espectadores, Jack. Ahora mismo estoy terminando de realizar la aproximación a la barrera.
— Comandante, nuestra audiencia se estará preguntando, ¿cómo va a poder su nave superar la barrera?
— La "Future" incorpora un láser de última tecnología —explico—. Creemos que nos permitirá abrir una brecha en la barrera. Luego sencillamente nos deslizaremos a través de ella hasta al espacio exterior.

La imagen de mi monitor cambia para enfocar al Dr. August:

— Tenemos con nosotros al director de la misión, el doctor August, eminente científico de la recién creada academia espacial. Doctor, ¿cuáles son los objetivos que se pretenden alcanzar con la misión de la "Future"?
— Hoy básicamente esperamos sentar las bases para futuras misiones de exploración más allá de nuestro planeta.

Veo al Dr. August sacando un papel del bolsillo interior de su chaqueta, desdoblándolo, y luego añade:

— Y si me lo permite Jack...
— Desde luego doctor.

La imagen pasa ahora a un primer plano del Dr. August, que brillando orgullosamente en un verde intenso, carraspea un poco para aclararse la voz e inicia la lectura de su nota.

— La fundación exacta de nuestra colonia se pierde en los anales de la historia, remontándose hasta las leyendas y mitos antiguos que nos hablan de un mundo originario, un paraíso en el que nuestra especie nació y donde prosperó hasta dar lugar a una gran civilización.

Hace una pausa dramática antes de seguir.

— Civilización que finalmente decayó, y en su estertor final, cuando el planeta natal ya estaba casi consumido, algunos de aquellos antiguos genios, emprendieron un titánico esfuerzo para lograr salvar a unos pocos —nuestros antepasados—, enviándolos hasta este nuevo pero inhóspito mundo en el que nuestra raza quedó atrapada.

Una nueva pausa, ahora para tomar algo de aire.

— Pero hemos sobrevivido, adaptándonos al intenso frío durante incontables generaciones. Hemos aprendido a cultivar los infinitos páramos blancos con la escasa y poco frecuente luz que llega hasta nosotros de la inestable estrella de este sistema. Hemos recuperado nuestra ciencia y nuestra tecnología perdida: La matemática, la física, la astronomía, la navegación, la aeronáutica, y la astronáutica... hasta llevarla de nuevo a un nivel que hoy nos permite volver a explorar el espacio exterior y los confines del universo.

Dobla de nuevo el papel para guardárselo, y cuando la imagen abre de nuevo el plano se escucha la voz de un técnico:

— Aproximación finalizada. Comandante, proceda a iniciar la secuencia de disparo del láser.

En la "Future", por el rabillo del ojo, veo en mi monitor mi propia imagen.

— Recibido control —y pulsando el correspondiente botón añado—: Iniciando secuencia de disparo del láser.

Varios indicadores naranjas empiezan a parpadear mientras el sistema se prepara para acumular la energía necesaria.

Sigo narrando los pasos del proceso:

— Cargando, veinte por ciento —hago una pausa—. Cincuenta por ciento.

Dos segundos después:

— Ochenta por ciento... Cien por cien cargado. Procedo con disparo en 3, 2, 1... —me inclino levemente y pulso el inequívoco botón rojo en el panel añadiendo—. ¡Fuego!

Se escucha un potente zumbido y un haz carmesí brota de la nave rasgando la oscuridad exterior.

— ¡Láser perforando! —grito para que se me pueda escuchar.

Cinco segundos después se apagan el zumbido y el haz láser.

— Fin del disparo —informo.

Leo en voz alta las lecturas de los paneles de instrumentación. Sabiéndome ahora centro de atención de todo mi mundo intento darle el adecuado tono de gravedad que merece el momento.

— Control. Los sensores indican que la perforación ha sido un éxito. Procedo con la maniobra final.

Muevo con precisión el mando de navegación y los impulsores se encienden. Noto una suave aceleración.

— Conectando luces y cámara exterior. Control, ¿recibís imagen?
— "Future", la imagen se recibe correctamente —responde control.

En control guardan un expectante silencio mientras la nave se aproxima a la brecha en la barrera, se interna en ella y la supera internándose en la fría oscuridad espacial. Acelero para ganar algo de distancia y maniobro para que las luces exteriores iluminen la superficie exterior de la barrera.

De repente la estrella fluctúa y se enciende, inundándolo todo con su blanca luz, y la cámara, enfocando la barrera, capta por primera vez una imagen de nuestro mundo desde el espacio exterior.

[En la húmeda comodidad de sus hogares, millones de desconcertados telespectadores ven en sus pantallas los mismos incomprensibles símbolos inscritos en la superficie de la barrera:
"Yogur natural" ]