Llevaba un buen rato observándola desde la distancia,
ocultándome, sin atreverme siquiera a realizar una pequeña aproximación.
Ella, completamente inmóvil, permanecía impasible a la
tremenda algarabía que dominaba el lugar debido al continuo ir y venir de
todos. Su piel, bañada bajo una suave luz, lucía un precioso tono oscuro que se
me antojaba irresistible. Era completamente perfecta bajo todas las facetas.
Finalmente, haciendo acopio de todo mi valor, decidí abandonar
la seguridad de mi eficaz parapeto y acercarme a conocerla.
A medida que la distancia se reducía entre nosotros mi
corazón pasó del trote al galope, para terminar latiendo completamente
desbocado cuando ya casi podía oler su dulce perfume. Ella se percató de mi
presencia y yo detuve por completo mi
avance. Sus hipnóticos ojos verdes se
centraron en mí y el mundo a mi alrededor pareció congelarse cuando esbozó una
ligera sonrisa.
Instantes después su carnosa lengua ya me había atrapado,
conduciéndome irremediablemente al interior de su húmeda garganta.
La película de mi efímera vida finalizó con el recuerdo
de mi madre advirtiéndome sobre lo imposible del amor entre ranas y mosquitos.
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