jueves, 16 de diciembre de 2010

Triple P - 2




El camino hacia la estación de monorraíl serpenteaba entre calles y callejones infestados de anuncios publicitarios interactivos que trataban de captar la atención por todos los medios legales a su alcance, a fin de endosar una melodía pegadiza o un eslogan publicitario resultón, creando la imperante necesidad de adquirir su novedoso producto. Esos escasos ochocientos metros que separaban su portal de la estación se convertían así en un verdadero slalom olímpico, en el que sólo los más ágiles eran capaces de lograr el equilibro de abstracción mental requerido: Lo suficientemente bajo para evitar pensamientos de pago pero lo necesariamente alto a fin de no tropezar cada pocos pasos.
Marcos torció a la izquierda en el primer cruce y se internó por un pequeño callejón para evitar la avenida principal, en la que una todavía rizada presencia Bisbaliana le esperaba desde un panel gigantesco dispuesto para “AveMariartirizarlo” y “Bulerializarlo” con la enésima reedición de sus grandes éxitos.
Cruzó relajadamente el breve y oscuro tramo para salir finalmente a una calle secundaria. Torció a la derecha y siguió un buen trecho por esta calle, abstrayéndose eficazmente a los intentos de varios refrescos de apagar su sed, para volver finalmente a la avenida principal y esquivar la trayectoria del último premio Cometa.
Destacando ya en la distancia, el gigantesco edificio de la estación y la incesante marea humana cayendo a su interior siempre evocaba en Marcos la imagen de una majestuosa catedral gótica. Y ciertamente era una imagen muy acertada, puesto que en su interior le esperaba el obstáculo final de su periplo matutino: Dos inmensos paneles situados en ambos laterales del espacioso hall de acceso. Desde ellos, sonrosados, pulcros y bien alimentados sacerdotes rezaban diversas salmodias recurrentemente, al tiempo que trataban de cazar algún incauto con el que llenar las arcas de la Iglesia. En la zona de los tornos dos uniformados agentes de la policía de La Sociedad ─popularmente asimilados a las siglas SS ─ blandían sus inquietas cachiporras mientras escrutaban ávidamente los rostros de los transeúntes. Marcos avanzaba rítmicamente hacia ellos mecido por el oleaje.
El flujo de gente que accedía al hall desde su lateral izquierdo le había escorado peligrosamente a la derecha. Moverse contra corriente tratando de ir al centro sería demasiado sospechoso, por lo que se resignó y siguió avanzando. Discretamente, trató de acelerar su ritmo.
Los altavoces graznaron su mensaje celestial:
─ Marcos C 2435, cordero de Dios, reza un padrenuestro por la salvación de tu alma pecadora.
Un ligero titubeo en la cadencia al andar, cachiporras que detienen su acompasado movimiento, ojos que escudriñan, aguas humanas que se retiran y fluyen esquivas a su alrededor como si de una isla de leprosos recién emergida se tratara.
Se detuvo lentamente y volviéndose hacia el panel que se le había dirigido levantó sumisamente la mirada para enfrentar la sonrisa maliciosa del sacerdote, congelada a la espera de su reacción. Bajó ligeramente la cabeza y sus labios empezaron a moverse, simulando hábilmente el rezo de la oración convenida. El sacerdote ensanchó su sonrisa complacido.
Marcos notaba los ojos de los SS quemándole en el cogote. Atisbó al sacerdote desviando su mirada hacia algún indicador fuera de pantalla. Su sonrisa se esfumó y una mirada enojada se volvió hacia él. Su mano se empezó a mover para iniciar el gesto que sellaría su destino esa mañana. El juego había terminado.
─ Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…
La ineludible vibración en su muñeca relajó visiblemente todas las tensiones del sacerdote, y la amenaza de ser cosido a cachiporrazos se desvaneció de su horizonte inmediato.
Marcos continuó con la oración velozmente, enlazando las estrofas con precisión milimétrica y armonía musical, demostrando el fruto de los años de práctica en la preceptiva educación religiosa escolar obligatoria, por merced del Partido, y para mayor gloria y sustento de la Santísima Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
─ Amén.
─ Tu alma ya está limpia hijo ─sentenció el sacerdote─. Ve con Dios ─apostilló finalmente, rematando la faena con un mecánico movimiento cruciforme de su mano.
─ Gracias padre ─respondió Marcos humildemente.
Marcos se encaminó cansinamente hacia los ya cercanos tornos de acceso suspirando aliviado; Dejando al diligente pastor en busca de otro cordero descarriado que devolver al redil.
Un repentino escalofrío recorrió su cuerpo al advertir que los SS habían empezado a moverse rápidamente en su dirección. Concentró su mirada en las baldosas y siguió andando, tratando de parecer tranquilo y esperando que aquello no fuera con él.
Al llegar a su altura uno de los SS le empujó bruscamente para apartarle de su trayectoria, haciéndole caer al suelo, y ambos le sobrepasaron en pos de un tembloroso y harapiento anciano que trataba de escabullirse mezclándose entre la multitud.
Maniobra que atajó un certero y fuerte cachiporrazo a la altura de las rodillas, al tiempo que ambos SS evitaban la caída del cuerpo con esa habilidad que sólo da la práctica, sosteniéndolo por las axilas para arrastrarlo a un lugar más conveniente donde aplicarle el tratamiento correctivo de rigor.
─ No puedo permitírmelo ─balbuceaba suplicante el anciano─. Vivo de una mísera pensión, entiéndanlo agentes, ¡por el amor de Dios!
El sonido de carne golpeada rítmicamente empezó a mezclarse con sus últimas palabras comprensibles, y pronto las cachiporras fueron el instrumento solista de tan tétrica sinfonía.
Entretanto Marcos se había levantado y reincorporado a la marea humana, alejándose rápidamente del lugar y sintiéndose extraña y dolorosamente feliz.
Pasó los tornos y finalmente se detuvo a la espera de la llegada del monorraíl. Momento que aprovecho para relajarse un poco y revisar con resignación su PP.
El contador de la esfera estaba en 2503, lo que le hizo recordar que recientemente se había aprobado la subida de la tarifa del “padrenuestro” a dos pasos. La conjunción de intereses económicos y poderes en la Santísima Trinidad ─El Partido, La Iglesia y La Sociedad ─ provocó el registro de los derechos de autor de ciertos textos que hubieran debido permanecer siempre como patrimonio público y gratuito de la humanidad. Así, se mercadeó con las oraciones, los evangelios y los textos sagrados de las religiones, y un mecanismo electrónico psicosensible, la pensapulsera, se encargaba ahora de pasar el cepillo de la colecta.
La jornada arrojaba hasta el momento un incontestable resultado:
Dios, 3 – Marcos, 0.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Triple P - 1


Esa noche había dormido francamente bien, disfrutando de algún sueño que, pese a no lograr recordar con claridad, había sido manifiestamente agradable a juzgar por las evidencias fisiológicas presentes en las sábanas. Pero con la llegada del día era necesario empezar a despejarse la mente.
Vislumbró las 7:45 entre legañas y de un certero manotazo desactivó el radio despertador justo cuando empezaban a sonar las primeras sintonías musicales; últimamente eran demasiado pegadizas, y por mas que lo intentaba no lograba quitárselas de la cabeza durante gran parte la mañana. Saltó de la cama directamente sobre las zapatillas para evitar el contacto frío del suelo. Los meses de invierno siempre eran los más difíciles, pues el ahorro en calefacción era imprescindible en sus ajustadísimas cuentas.
Pasó velozmente junto al escritorio para coger su pensapulsera ─o PP, como ahora las llamaba todo el mundo─, que mostraba ya una inquieta y parpadeante luz naranja de aviso. No quería problemas con La Sociedad, y pese a que la utilización de las PPs no era obligatoria hasta las 8 de la mañana, se la ajustó en la muñeca izquierda y esperó paciente hasta que el mecanismo de la pensapulsera le reconoció. La luz osciló de advertencia naranja a conformidad verde para luego apagarse lentamente. Observó el contador en la esfera digital: 2500 pasos. Llegaría sobradamente a fin de mes. Tomó una rápida ducha con agua ligeramente templada, se afeitó y vistió, y tras un frugal desayuno a base de café y tostadas salió presto de su apartamento.
La puerta del apartamento contiguo se estaba abriendo en ese mismo instante, y el huraño y misterioso ermitaño que tenía por vecino asomaba al rellano cargado con dos bolsas de plástico, aparentemente pesadas a juzgar por las dificultades que le causaba el acarrearlas.
─ ¡Buenos días vecino! ─saludó alegremente Marcos cerrando la puerta.
─ Ah, es usted, sí claro, buenos días ─balbuceó éste un tanto sobresaltado.
Por un momento se quedó inmóvil, llaves en mano, aferrando fuertemente contra su pecho las bolsas, usando para ello el brazo libre. Parecía estar dudando entre salir o regresar al interior de su cubil.
Tic. Marcos lo observó de reojo con curiosidad mientras giraba su cerrojo. Tac. Se guardó las llaves en el bolsillo interior de su gabardina mientras cubría los escasos pasos que le separaban del ascensor. Tic. Pulsó el botón para llamar al ascensor y empezó a ponerse un guante en la mano izquierda. Tac. Otro guante, y otra mano deslizándose en su interior.
Diiiiing. Las puertas del ascensor empezaron a abrirse ruidosamente.
─ ¿Baja? ─invitó Marcos alargando su brazo para sujetar las puertas.
El extraño vecino aterrizó de quién sabe dónde, se apresuró a cerrar su propia puerta y en pocos segundos estuvo frente a Marcos con una sutil sonrisa destacando en medio de su pelirroja barba.
─ Gracias ─logró decir mientras cruzaba al interior del ascensor.
Marcos entró detrás y pulsó el botón de planta baja.
Las puertas se cerraron y tras unos pocos chirridos metálicos empezó el lento descenso.
Duodécimo.
Undécimo.
─ Parece que hoy hará un buen día, ¿no cree? ─dijo Marcos bajando la vista del parpadeante fluorescente del techo para observar a su vecino.
Décimo.
─ Eso parece ─sonrió de nuevo el barbudo individuo─. Hoy me asomé al balcón para ver amanecer y el horizonte se veía despejado. Ninguna nube. Un sol espléndido.
Cumplidas las convenciones Marcos fijó sus ojos en el indicador digital que indicaba la planta en la que se encontraba el ascensor. Entrecerró los ojos, su cuello se fue doblando lentamente hacia arriba y se relajó tratando de endormiscarse un poco.
Noveno.
─ Me hace pensar en el Génesis.
─ Claro ─dijo Marcos esbozando una sonrisa. Su mente empezó a vagar.

Génesis I
“Dijo Dios: Haya luz. Y hubo luz

Una ligerísima vibración en su muñeca izquierda le truncó la incipiente sonrisa. Sus párpados se abrieron y la intensa luz del fluorescente del ascensor hirió sus pupilas. Un paso más había corrido en su PP.
Octavo.
Bajó de nuevo la mirada, levemente airada, hacia su vecino. Este sonreía beatíficamente al infinito, perdido en sus propios pensamientos. Marcos oteó confuso buscando la pensapulsera del individuo en su muñeca izquierda. Sus brazos cruzados sujetando las bolsas le permitían entrever levemente la correa de la PP, pero la manga de su chaqueta bloqueaba y ensombrecía parcialmente la visión de la esfera digital. Parecía que la cifra del contador de pasos no se estaba incrementando, y en las sombras se apuntaban tan solo tres cifras. ¿Estaban a finales de mes y aquel barbudo soñador ni siquiera había consumido mil pasos? ¡Increíble! ¿En qué estaba pensando ahora? ¿Acaso tenía su mente en blanco todo el día? Marcos era muy comedido con sus pasos, tan solo puntualmente se permitía el disfrute de actividades de “pago por pensar” ─Disfrutar una canción, releer alguna de sus novelas favoritas, y sólo muy ocasionalmente, ver una película─: pese a ello, habitualmente alcanzaba los 3000 pasos a finales de mes.
Séptimo.
Marcos escudriñó mejor a su acompañante: Vestía decentemente: chaqueta impermeable ligeramente acolchada, jersey de punto, pantalones vaqueros de color azul oscuro, sus ropas no eran de última marca pero estaban limpias y en buen estado de uso. Tendría alrededor de treinta años, su misma edad. Quizás sin barba parecería un poco más joven. Seguía aferrando fuertemente las repletas bolsas de plástico.

¿Repletas de qué? ─se preguntó Marcos.

Sexto.
─ ¿Pesan mucho? ─interrumpió Marcos súbitamente.
─ ¿Perdón?
─ Las bolsas. ¿Pesan mucho? ─repitió.
Quinto.
─ No mucho ─respondió el barbudo, volviendo a perderse en sí mismo ipso facto.
Cuarto.
─ Ah ─asintió Marcos haciendo como que entendía.
Tercero.
─ ¿Cómo se llama usted? ─insistió educadamente Marcos, dispuesto a recuperar en algún modo el coste del paso en su pensapulsera.
─ Pedro.
─ Mucho gusto ─dijo, y extendiéndole la mano, añadió─. Yo soy Marcos, el vecino de al lado como ya habrá visto ─y dibujó la mejor de sus sonrisas.
Segundo.
En el intento de Pedro de ofrecer su mano una de las bolsas se escurrió de entre sus brazos, cayendo al suelo del ascensor y desparramando parte de su contenido. Se afanó en dejar la otra bolsa en el piso del ascensor y ponerse en cuclillas a recoger su preciado cargamento. Marcos desde luego hizo lo propio.

¡Libros! ─los ojos de Marcos abiertos como platos no daban crédito a lo que veían.

Primero.
Durante los breves segundos que tardaron entre ambos en tener todos los volúmenes de nuevo embolsados Marcos ojeó fugazmente los títulos que pasaron por sus manos.

Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, 1984, de George Orwell, Un Mundo Feliz, de Aldous Huxley, Más que Humano, de Theodore Sturgeon, Solaris, de Stanislaw Lem, ...

Planta Baja.
Diiiiing.
─ Bueno, muchas gracias ─carraspeó Pedro al tiempo que se apresuraba en salir del ascensor y alejarse velozmente─. Adiós, buenos días.
─ ¡Hasta luego! ─se despidió Marcos.
Su vecino volvió la cabeza mientras tiraba de la puerta principal para salir y Marcos se sorprendió al ver como dos burlescos ojos parecían estar diciéndole “No lo creo amigo”.
Libros, novelas, relatos, un placer peligroso al alcance de solo unos pocos. No por su tenencia, sino por el riesgo de sucumbir a su sola contemplación expuestos en una estantería ─y recordar sus párrafos, sus palabras, sus personajes─. Riesgo de caer en la tentación final cogiendo meticulosamente un volumen, saboreando lentamente cada sensación que te proporciona: Tocar su lomo, abrirlo, palpar el papel, olerlo, escoger un párrafo cualquiera en una página cualquiera y leer. Uno, dos, tres, cuatro minutos… los pasos se desgranan implacablemente y uno casi puede notar como le quema la muñeca.
Repasó el contador de pasos de su PP. Seguía marcando 2501. Había logrado contener a su traicionero cerebro ante la contemplación de los volúmenes. Los pocos títulos que había logrado ver eran todos de ediciones antiguas de clásicos de la ciencia ficción. Aunque no era imposible conseguirlos, era difícil, y sus precios los convertían en un auténtico artículo de lujo. Si uno tenía ganas de leer, y bolsillo para permitírselo, no tenía más que acudir a los chicos de La Sociedad, y ellos gustosamente  le proporcionarían una preciosa y aséptica edición, recién impresa, de cualquiera de la infinidad de obras secuestradas en sus bases de datos.
El cómo, el por qué y sobre todo el para qué, su vecino del piso trece de un sencillo bloque residencial periférico tenía semejante colección de clásicos en ediciones antiguas, eran preguntas que escapaban de su obnubilada compresión matutina, y si no se apresuraba llegaría tarde al trabajo.


lunes, 6 de diciembre de 2010

Homo Escéptico - Génesis 1

Si el hombre moderno se hace llamar Homo sapiens sapiens (aunque siempre me ha parecido más acertado sustituir el segundo sapiens por stupidus), ¿cómo se llamaría el siguiente paso evolutivo? ¿Y si ya está entre nosotros? ¿Y si ha estado siempre entre nosotros pero su estirpe ha nacido y se ha extinguido por eones en un ciclo sin fin? ¿Podrían ser conocidos estos seres desarraigados como Homo scepticus (escéptico)?

Sería adecuado creer que son personas quemadas, cansadas, que deambulan por nuestra sociedad sin ilusión por nada. ¿Se han producido cambios en su química cerebral para convertirlos en lo que son? ¿Podrían existir incluso diferencias genéticas?

Me pareció un tema demasiado profundo para abordarlo con un relato ahora mismo, y tratando de desdramatizarlo me he decidido por una tira cómica que aquí os presento en su entrega inaugural:


sábado, 4 de diciembre de 2010

¿A quien más? - Cotidianidad 2

El espantoso chillido de uno de mis hermanos me despertó a la realidad de nuestra miserable existencia: Arrancados del hogar, torturados, recluidos, y finalmente, olvidados.

Ahora, tras la barrera transparente, observaba su quehacer meticuloso: Desnudaba el cuerpo rasgando brutalmente la ropa, para después, delicadamente, deshacerse de la ropa interior. Una vez desnudos, el ensordecedor crujir de los cuerpos al triturarse bajo las mandíbulas apagaba cualquier chillido.

Finalmente llegó mi turno. Tiempo para un último pensamiento: Qué duro es ser un cacahuete.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Creación - Cotidianidad 1

Tensión en sus manos y en sus brazos. Una perla de sudor resbala presta por su frente descolgándose finalmente al suelo desde el extremo de su nariz. Cada nuevo esfuerzo desencadena hormigueos que recorren todo su cuerpo. Frunce el ceño tratando de encontrar un estado de concentración máximo. Cualquier pequeño error puede dar al traste con todo el proceso, frustrando la larga y compleja cadena de pasos que han sido necesarios para conducirlo hasta este mágico momento creativo.

Cierra los ojos evocando la imagen final de la obra ya plasmada sobre su particular lienzo. Imagina las texturas, las curvas, la densidad y el color de la obra. Todo cobra vida en su mente, incluso antes de que su cerebro le diga a su cuerpo como mover los músculos precisos para lograr modelar a conveniencia la dúctil materia en bruto.

Abre los ojos en una profunda mirada estoica, y en un último y certero movimiento concluye la obra y sella su destino, para el que ya no hay vuelta atrás.

Ya relajado, se incorpora y procede a inspeccionar atentamente su obra. Su certero ojo crítico pronto advierte que esta vez si ha alcanzado la sublime perfección. La textura del material, el color parduzco y su densidad son las adecuadas. La fusión de los elementos es total: no asoman trazas de impurezas identificables en la superficie de la pieza.

Finalmente, extasiado en la contemplación de su magna creación, una sonrisa aflora en sus labios. Extiende el brazo para activar un mecanismo, y su obra, hundiéndose más y más en la violenta espiral líquida desencadenada, se pierde para siempre en las oscuras profundidades del sucio alcantarillado.