miércoles, 24 de junio de 2015

El apocalipsis albóndiga (The meatball apocalypse) - 1


Nota del autor:
Todas las personas y empresas que aparecen en esta historia son inventadas, y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.


Obra registrada en Safe Creative.

Día de la Croqueta. Día 0


"Nunca sabremos el valor del agua hasta que el pozo esté seco"
Thomas Fuller (1608-1661)

    Existen acontecimientos en la historia cuya trascendencia marca el fin de una época y el principio de otra. Las diferencias entre esas épocas, si una fue mejor que otra, o el momento en que se produjo el cambio, son detalles que el tiempo y los historiadores se encargarán de juzgar. Para mí, ese momento exacto del cambio sucederá hoy, martes 10 de marzo de 2020, alrededor de las 10 de la noche. Mañana nada volverá a ser igual. Fuera, tras las ventanas, un manto de respetuoso silencio ha caído hace horas sobre la ciudad, cual cortejo fúnebre de algún gran rey o emperador. La oscuridad se ha ido tragando las calles y los edificios, que bañados por el resplandor de la luna llena lucen ahora cual estelas de mármol de algún antiguo camposanto, dando majestuoso testimonio de muerte donde antaño hubo vida.

    Así, con la solemnidad que merece la ocasión, he dispuesto sobre la mesa un práctico mantel individual color hueso, y encima, flanqueado por una simpática servilleta a la izquierda y un elegante tenedor a la derecha, un gran plato cerámico blanco de alegres motivos florales, en cuyo centro, iluminada tan solo por el titileo de dos preciosas velas, aguarda fría y solitaria la última croqueta de pollo que preparó mi madre. Son dos bocados escasos. El primero se disuelve inundando mi boca y dejo que los sabores me transporten hasta recuerdos felices de la infancia: el verano en que aprendí a nadar en las playas de Torredembarra, siempre una hora larga después de comer las deliciosas croquetas; la sonrisa orgullosa de mi madre cada vez que sacaba un excelente, fiel sinónimo de "para cenar, croquetas"; y el primer beso adolescente, ¿croquetas?, insondables misterios del subconsciente. El segundo bocado discurre por derroteros mucho más nostálgicos, empañando mis ojos: las últimas charlas con la abuela antes de que el cáncer la consumiera por completo, tratando de explicarme el viejo secreto familiar de la masa de croquetas; y los amigos y seres queridos que quizás no vuelva a ver, siempre alrededor de una mesa bien surtida, comiendo y bebiendo de forma desmedida y despreocupada.

    Mi experiencia casi mística finaliza de forma abrupta cuando mi rugiente estómago protesta reclamando más enjundia. A buen seguro mi padre, siempre muy pragmático, aprovecharía para citar el refranero: "Desayunar como un rey, comer como un príncipe y cenar como un mendigo". De no ser por el páramo desolado en que se ha convertido mi despensa, y la poco halagüeña previsión sobre su posible restitución, incluso lo daría por bueno. Mañana tendré que arriesgarme a salir por comida, o prepararme para explorar los límites del cuerpo humano en un ayuno prolongado. Pero antes, mejor voy a explicar cómo empezó todo.

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