Ella enumeraba toda una
larga y vergonzosa lista de defectos físicos mientras el marido permanecía
completamente callado y solo el brillo de la humedad en sus preciosos ojos
verdes daba fe de su pesadumbre.
Frente a la infeliz pareja,
la especialista tomaba notas diligentemente al tiempo que asentía como muestra
de circunspección, esperando a que terminara tan desagradable soflama.
– ¿Y bien? ¿Puede hacer algo
para ayudarle? –preguntó finalmente la esposa.
– Desgraciadamente no puedo
hacer nada, querida –respondió la especialista totalmente afligida.
– ¡Esto es totalmente
inadmisible! –chilló reprendiéndola con la severidad que solo otorga el hábito–.
No dude que pronto tendrá noticias de mi padre –Apostilló amenazante.
Se levantó como un resorte y
empezó a dirigirse hacia la salida.
– Lo lamento profundamente
–dijo la especialista levantándose a su vez–. Pero la efectividad del conjuro
radicaba en la pasión del beso –Y volviéndose hacia el infortunado engendro que
seguía encogido en su butaca–. Es evidente que en este caso fue muy baja.
– ¡Croá! –gruñó el príncipe por
toda confirmación de los hechos.
Y saltando, se dispuso a
seguir los pasos de su princesa y dejar para siempre la consulta del Hada
Madrina.
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