Redecorando. Día 4 a.C. (Antes de la Croqueta)
TERCERA PARTE
Giré la mirilla de la puerta para poder ver quien llamaba. El dueño de mi apartamento lo había reformado por completo algunos años atrás ─para alquilarlo a mejor precio─, pero conservó algunos elementos antiguos como la puerta de madera maciza con su mirilla de bronce original: Por el exterior dibujaba una celosía barroca, y en la parte interior un disco semicircular oscilaba girando sobre su centro, permitiendo observar con relativa intimidad a quien esperase al otro lado. En su momento pensé que le daba un aire aristócrata a la puerta, y la verdad es que eso me encantaba.
─¿Qué desea? ─interrogué muy formal mientras evaluaba con ojo crítico al sujeto.
Era un mujer mayor ─calculé que sobre los cincuenta y largos─. Pelo castaño cobrizo, bajita y con algunos quilos de más, pero bien conservada todavía aunque excesivamente maquillada y repeinada, como si acabaran de quitarle los rulos en la peluquería.
─Hola, ¿me permites unos minutos? Soy tu vecina de enfrente. Todavía no hemos tenido ocasión de conocernos ─dijo.
Descorrí el cerrojo y abrí la puerta, parándome en el quicio.
─Hola ─repitió─, me llamo Rosita, soy la dueña del piso ─dijo señalando atrás con su mano izquierda la puerta del primero B y tendiéndome luego la derecha.
─Encantado, yo me llamo Jacques Casademunt.
Estreché su mano un momento y luego ella empezó a hablar gesticulando mucho, siempre muy sonriente.
─¿Te han comentado a qué me dedico? Bueno, por si nadie te ha informado todavía, que sepas que aquí regento un piso de chicas de lujo. Preciosas todas ellas. Y muy limpias y discretas.
─Ajá. ─Todo el rellano olía a su perfume.
─Es un negocio muy tranquilo, respetable como cualquier otro, y no causamos nunca ruido ni molestia alguna.
─Bien. ─Fuerte y especiado, pero excesivo.
─Mis clientes son gente muy formal, seria y discreta. Buenos hombres que necesitan un poco de sana distracción de vez en cuando.
─Mis clientes son gente muy formal, seria y discreta. Buenos hombres que necesitan un poco de sana distracción de vez en cuando.
─Claro, claro. ─Vestía ropa de domingo.
─Seguro que tú eres un buen chico y entenderás lo que quiero decir: Ellos también me exigen seriedad y discreción de los vecinos.
─Por supuesto. Cuente con ello. ─Falda y chaqueta a juego. Color carmesí oscuro brillante. Adecuado.
─Pero si en algún momento, por cualquier motivo, alguien te causara alguna molestia, por favor antes que nada avísame a mí primero, y yo lo solucionaré de inmediato.
─Sin problema.
Ahora se puso un poco seria, con gesto de institutriz a punto de reprender a un niño travieso.
─Bien. Otra cosa. ¿Los cartones del portal son tuyos, verdad? Te pediría por favor que los quites cuanto antes. Para evitar que se nos meta alguien, ¿comprendes?
─Sí, desde luego. En un rato los quito.
─Y bueno, con lo joven, alto y guapetón que eres no tendrás problemas con las chicas, ¿verdad? Seguro que eres todo un Casanova.
─Bueno, no crea... he estado muy centrado en mis estudios hasta hace poco.
─Venga, venga, no seas modesto. Tengo buen olfato para los hombres. Seguro que ligas mucho ─dijo, sonriéndome con picardía.
Sacó sus llaves de un bolso para abrir la puerta de su piso, y ya marchándose añadió:
─Pero bueno, si en cualquier momento ves "algo" que te gusta... ─Hizo una pequeña pausa abriendo la puerta y entrando en el piso─ Aquí enfrente... Te puedo hacer un buen descuento. ─Y remató guiñándome un ojo.
De pronto me recordaba a una especie de versión femenina de Antonio Recio¹, pero cambiando el pescado por sables.
─Mmmm... Hasta luego... Doña Rosita ─respondí, y cerré mi puerta rápido para tratar de ocultar el rubor en mi rostro.
¹ Antonio Recio es un personaje cómico ficticio de la serie "La que se avecina", arquetipo de empresario rancio y machista, se dedica al negocio del marisco y se presenta a sí mismo como "mayorista, no limpio pescado".
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